Por: Eloy Gutiérrez Anaya
La atracción en los seres humanos está dada en una gran medida por reacciones de tipo fisiológicas que desembocan en lo emocional y no son otra cosa que efectos fisiológicos que obedecen al comportamiento hormonal de cada uno y por ello las reacciones de los enamorados se experimentan en sudoración de manos, «maripositas» en el estómago, sonrojarse, ansiedad etc, por ende la explicación científica sostiene que dichos efectos tanto en el hombre como en la mujer son producto de las producción hormonal tanto de testosterona como de estrógeno las cuales se activan o desactivan, se cargan o descargan a ciertos niveles con la presencia de la pareja del sexo opuesto, es decir, cuando dos personas tienen química, la sola presencia de la otra genera una producción mayor de hormonas generando con ello las sensaciones explicadas anteriormente y que alcanzan su mayor efecto con el contacto directo, es decir, con los besos, los roces de piel, las caricias, tomarse de las manos y claro está la relaciones sexuales.
Esto explica sin lugar a dudas la existencia del amor a primera vista, de las tragas malucas, los desamores, y la incompatibilidad generada en las relaciones que se forman por motivos diferentes a la verdadera química que debe existir entre las parejas; es por ello que luego de la ruptura definitiva de una relación sentimental larga donde la rutina ha sido la principal influencia, todos los esfuerzos que se hagan para el reconcilio serán inútiles, puesto que la frase, «se nos acabó el amor» resulta más contundente que nunca, puesto que el motor que movía la relación (Hormonas) dejó de generar las reacciones necesarias que hacen que los encuentros o el compartir con esa pareja, causen las sensaciones deseadas.
Lo anterior está sustentado en serios estudios científicos realizados por siquiatras y sicólogos, por ejemplo, un estudio realizado por Enzo Emmanuel de la Universidad de Pavia, expone lo siguiente: “..cualquier químico enamorado de su trabajo estará sumamente conmovido al comprobar y observar que mensajeros químicos comunican sentimientos románticos entre humanos, en realidad, es la analogía científica más cercana a las flechas de cupido que jamás encontraremos”.
La investigación de Enzo se basó en el Factor de Crecimiento Nervioso (NGF) por sus siglas en inglés, una hormona que, al parecer, está relacionada con el amor romántico, o más bien, la forma en que concebimos la pasión y la convertimos en romanticismo; y siguiendo con ese estudio, “Cuando las personas están recién enamoradas, esta hormona se encuentra en altos niveles en su sangre, pero al año o a los dos años regresa siempre a su normalidad”
Esta reacción tiene mayor impacto en los hombres, ya que el hombre es más hormonal que la mujer, es decir mientras la mujer es más romántica y delicada el hombre es más sexual. Glenys Alvarez1, » Cuando un hombre se enamora con pasión, en los primeros tiempos, sus niveles de testosterona bajan y una hormona conocida como neutrofina invade su torrente sanguíneo recorriendo todo su cuerpo y cambiando su metabolismo y la forma en que se siente, pero cuando una mujer se apasiona, los niveles de testosterona suben y se reúnen con la neutrofina que también rebosa su sangre; sin embargo, cuando la pareja rebasa los dos años, a veces hasta en menos tiempo, los niveles de estas hormonas regresan a la normalidad y otro químico hace su aparición en la sangre de la pareja, todavía enamorada, aunque no apasionadamente, esa es la oxitocina, la hormona de la confianza, la que se encarga de inducir el parto y producir la leche materna conocida también como la hormona del amor pausado, la testosterona y la neurotrofina son las reinas de la pasión.»
Así pues, lo anterior confirma, que el enamorarse no está en el corazón si no en el cerebro y que aquellas relaciones que se edifican sobre bases diferentes a la verdadera química (Compromiso, interés, despecho, soledad o por costumbre) terminan en verdaderos finales tristes llenos de infidelidades, amarguras y frustraciones; por ende, tejer relaciones es un proceso y un arte que tiene un sinnúmero de complejidades que anteceden el objetivo final de esa relación, ya sea para ennoviarse, casarse, pasarla bueno, o simplemente obedecer a las hormonas.