El miedo es una emoción primaria intrínsecamente relacionada con la ansiedad. Como sensación angustiosa, hemos experimentado algunas de sus características en algún momento de nuestra vida. Es que esa intensa sensación desagradable y de malestar provocada por la percepción de un riesgo y peligro inminente, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado, en algunos casos nos permite de alguna manera sobrevivir por aquello de la evitación al estrés o a morir, conocida como respuesta de lucha o huida.
La máxima expresión del miedo es el terror que bloquea nuestras facultades y nos lleva a la toma de decisiones imprecisas y erróneas. El miedo social se ha constituido en un elemento crucial de las culturas en determinados periodos históricos y sociopolíticos, inducirlo a la población como temor a la pérdida de nuestra estructura ya lograda, se convierte en una herramienta estratégica practicada por sectores, grupos, colectivos y líderes como mecanismo de eliminación y dispersión para el logro de propósitos o mantenerse en sus zonas de confort.
Frente al temor, no todos los seres humanos somos sujetos de la parábola de la “Rana Hervida” por aquello de resistir y tolerar, unos individuos somos más resistentes al pánico y a los malestares que otros, es que, como seres biopsicosociales poseemos configuraciones mentales perceptivas/sensoriales de concebir y asumir las circunstancias que se suceden en nuestra cotidianidad. Por tanto, nuestros mecanismos de soporte conductual como factores responsables del inicio y finalización de determinadas pautas de conducta y comportamiento se activan de tal manera que respondemos de forma parecida o distinta ante algunos estímulos generales mediante un modelo conocido como condicionamiento.
En razón de lo anterior, podemos asegurar que el miedo produce cambios inmediatos en nuestro cuerpo, cuando estamos poseídos por esa fuerte sensación se nos incrementa el consumo de energía celular, aumenta la presión arterial, los niveles de glucosa en la sangre se elevan y por igual, nuestra actividad de alerta cerebral se eleva al máximo.
Cuando nuestra capacidad subjetiva e individual para tolerar estados emocionales negativos u aversivos es minada, nuestra psiquis asocia un evento con otro, por tanto, poder superar algunas de las afectaciones de salud mental precisa en muchos casos, de atención, intervención y orientación terapéutica y, lógicamente del estar abiertos a los actos resilientes. Es decir, debemos tomar conciencia de nuestros actos y pensamientos imprecisos y desfavorables, incluso de los de menor afectación para lograr visualizar con la asistencia profesional, las situaciones exigentes y responder a ellas con un recurso psicológico más efectivo.
¿Pero porque cierto miedo en nosotros los occidentales?
La humanidad en las últimas décadas ha experimentado constantes y acelerados cambios de todo orden, sobre todo los relacionados con la tecnología de punta, contantes amenazas económicas y tecnológicas, basura espacial, enfermedades, pandemias, violencia intrafamiliar, violencia sociopolítica, narcotráfico, desenfrenado consumo de sustancias psicoactivas y alcohol, desastres naturales y formas de gobierno. Algunos de estos cambios y amenazas han sido eventos paradigmáticos marcando hitos globales, mientras tanto otros, han impactado negativamente a la población, sin embargo, generalmente comunidades enteras dejan pasar por desapercibidos acontecimientos significativos como si observaran con simpleza muchos de esos logros o cruentas vivencias.
Aparentemente algunos grupos no asumen que los cambios por su versatilidad en la línea de tiempo requieren de procesos adaptativos emergentes y al no ser procesados o resueltos adecuadamente los conglomerados prefieren ignorar al agente causante del malestar. Esas afectaciones así sean de menores dimensiones, eclipsan nuestros modos de relacionamiento con las personas, el medio ambiente, y el universo. Por tanto, es fundamental acudir al Proceso Individual de Adaptación Psicosociológica Integral-PIAP.
Desde esta perspectiva, a nivel de individuos, algunos cambios en las estructuras sociales incluso a nivel de colectivos generan fobias extremas causante de estrés, en ese sentido explícito, los miedos están clasificados dentro de la escala de los trastornos de ansiedad y su división evidencia tres tipos diferenciados: la agorafobia, fobia social y las fobias específicas.
Consecuente a muchos factores, el coexistir sujetos a las presiones de permanentes cambios con variables de sesgados vientos de guerras exógenas y endógenas, ello mina nuestros recursos de tolerancia al malestar, agota los mecanismos psicológicos de defensa en el individuo y en consecuencia se aumentan los índices de ansiedad, y a partir de allí, y por nuestra forma de percibir y asumir culturalmente los mundos, nosotros los occidentales como el resto del mundo, desde que estamos en el vientre materno ya experimentamos otoñales miedos.
En la actualidad le tememos grandemente a las pandemias, no obstante, somos rígidos y reticentes de alguna manera a asumir los cambios que nos exige el autocuidado, nuestros procesos adaptativos parecen ser lentos como respondientes ante la dinámica de los cambios y las exigencias sociales, muchos obviamos los protocolos, los aforos e incluso la seguridad vital, minimizamos la existencia de la Covid-19, Delta, Ómicron, e IHU, igualmente nos hemos olvidado del Sida, el Ebolavirus, influenza, Sífilis etc. Le tenemos pavor al calentamiento global y cotidianamente no contribuimos de manera positiva al cambio climático, incluso somos pasivos a aceptar los resultados de los estudios científicos.
La nomofobia es uno de los miedos más populares y generalizados a nivel etario, ante toda esta escala probablemente patológica de miedos sufrimos porque constantemente estamos tratando de liberarnos de la prisión pegajosa de nuestras fobias. Es decir, ya patológicamente le tenemos miedo al miedo y no le tememos casi a nada.
Muchos en la sospecha de que la modernidad pueda fracasar a causa de una promesa de seguridad, avistamos anticipatoriamente un golpe a los núcleos ideológicos y nos hemos convertido en expertos en cuestionar cualquier pronunciamiento con nuestras subjetividades inducidas o alimentadas por posiciones sesgadas, y nos adherimos a sectores de confort porque por las redes invitan; es que ante las actuales circunstancias se puede precisar que colectivamente ya es menudo asegurar que nos hemos construido a la inmediatez de responder sin analizar lo escuchado, y esa es una forma de temor.
Este paraíso fóbico en el que vivimos, ha generado probablemente en muchos individuos ansiedad, por tanto, propiciar un ambiente sin temores patológicos nos ayudaría a crear oportunidades colectivas e individuales de confianza social, de riqueza psíquica diversa, de aprovechamiento resiliente de la tecnología y de la ciencia, del relacionamiento físico con las demás personas, por consiguiente, alegrarnos del éxito de los demás.
En muchos medios, las personas que tienen solucionado su situación y modus vivendi, a diferencia de las temerosas mayorías carentes de salud amparada, de seguridad alimentaria y nutrición, sin adecuadas prestaciones sanitarias y necesidades básicas insatisfechas, parece que sin remedio estamos predestinados al esfuerzo psicológico permanente para superar ese drama sin lograrlo, el atrapamiento al que nos han sumergido los modelos económicos e ideológicos predominantes en cada nación e impuestos por las diferentes potencias económicas y armamentista mundiales, nos presionan, oriente y occidente nos tienen acorralados.
Lo cierto es que, al tenor de la clasificación de dieciséis tipos de miedos, existen miles circunstancias generadoras que debemos superar para que no nos incapacite el pánico, tratemos de identificar nuestros miedos y encontremos ayuda profesional. Porque primero es la salud mental, y es la última en atendernos.